miércoles, 13 de septiembre de 2017

La fuerza de Coriolis ¡NO EXISTE!

A veces me topo con pequeñas joyas que permiten ver de una forma clara algo que habitualmente queda bastante oscuro. Un caso muy especial es el efecto Coriolis (al que se suele hacer referencia como la fuerza de Coriolis).

En el vídeo, dos jóvenes situados sobre una plataforma giratoria se lanzan un balón el uno al otro. Mientras la plataforma no gira no hay ningún problema. Pero cuando esta gira, la pelota de desvía. Es el efecto Coriolis. Pero, ¿se desvía realmente la pelota? Veamos el vídeo.

En el vídeo se muestra el lanzamiento de la pelota desde dos puntos de vista. Primero con una cámara cenital, inmóvil. Vemos que la pelota sigue en realidad un movimiento perfectamente lineal. No hay giro. Lo hacen sobre el segundo 55, en el que se marca la trayectoria. 


Luego nos muestran lo mismo, pero con la cámara siguiendo el movimiento giratorio de la plataforma. Es decir, nos muestra como se ve la misma situación anterior, pero desde dentro del sistema. La pelota parece seguir ahora un movimiento curvo. Es el efecto Coriolis. Pero incluso de esta perspectiva, se puede apreciar que en realidad el movimiento de la pelota no ha sido curvo. Fijémonos desde qué punto lanza la pelota y que trayectoria sigue respecto a ese punto. Lineal. Está aproximadamente en el minuto 1 y 22 segundos. 

A continuación, montan la cámara de tal manera que muestra lo que ve uno de los chicos. La pelota se desvía. Eso es, exactamente, lo que sucede con los proyectiles lanzados en la Tierra a larga distancia. Se desvían. Y, para explicar lo que vemos, nos inventamos una fuerza, la fuerza de Coriolis. Volviendo al video. Los chicos, subidos a la plataforma “ven” que la pelota se desvía. La trayectoria se curva. Para explicarlo, se inventan una fuerza, la fuerza de Coriolis. Y les es útil. Al final del vídeo se ve como, haciendo “cálculos”, se puede alcanzar el objetivo. Basta con lanzarlo en la dirección adecuada, contando con el efecto Coriolis.

(Mi agradecimiento a Manu Arregi, autor del artículo en el Blog El Navegante).